Hasta dónde pudo llevarse a cabo exitosamente la evangelización de los pueblos indígenas en América, es un proceso que cuenta con dos actores principales, los evangelizadores y los evangelizados, por lo que la interacción entre ambos será el elemento central a analizar. Así, ésta debe ser pensada desde la perspectiva de acciones y respuestas, siendo la implantación de una cosmovisión por sobre otra un desarrollo signado por resistencias, adaptaciones y pervivencias, no simplificable. Cuál de estos factores primó será lo que se intentará dilucidar en estas líneas.
La evangelización de los territorios americanos, importante pilar del colonialismo español por su carácter legitimador, fue llevada a cabo por el clero regular (especialmente la orden de los franciscanos) hasta la culminación del Concilio de Trento, en la década de 1580. Esta primer etapa de la evangelización fue una empresa masiva y global, donde las conversiones en masa estuvieron a la orden del día; pero las limitaciones de tal política pronto salieron a la luz: la idolatría se escondía detrás del culto cristiano, la religión indígena seguía operando. Ante tal realidad (y en coincidencia con la Contrarreforma), un cambio se operó en la forma de evangelizar, el clero secular tomó mayor participación y los jesuitas se encargaron del adoctrinamiento. Una nueva política evangelizadora se llevó a cabo, donde el celo por las formas paganas de idolatría fue mucho mayor, y estuvo acompañado por la aparición (prohibida antes) de "milagros" y de un culto más fervoroso por parte de los españoles, tendientes a fomentar por medio de la metáfora de la atracción un cristianismo más sólido entre los indígenas. Aunque la extirpación de la idolatría no sería un desarrollo tan simple: se analizarán ahora las visicitudes de este proceso según distintos autores.
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